Para mí la simbiosis arte y naturaleza significa principalmente mantener un vínculo espiritual y emocional con la Madre Tierra, es aprender a apreciar y a disfrutar de la belleza del entorno natural, buscar la aventura y la libertad dentro del marco de la sociedad actual y no dejar de explorar el territorio de mi propia alma

Marruecos 2010 Douar Tizgui

Mis queridas/os amigas/os saben como me dejo llevar por mi corazón impetuoso, peregrino, aventurero, apasionado, soñador... Lo que tengo que contaros es un relato de rasgos orientales que me acercaron a la profunda cultura Bereber y que me abrieron las puertas a un caudal de sensaciones.

Caminaba por la naturaleza en soledad, había salido muy temprano para hacer una ruta por la montaña, comenzaba por una garganta, ascendía por desfiladeros, recorría espacios que no entienden de lenguas ni culturas, me llenaba de energía y podía dialogar con las rocas, plantas, río, nubes, algunos animalillos. También contemplaba milenarios vestigios de estructuras que el ser humano creó en armonía con la naturaleza, representaciones bucólicas, un viaje en el tiempo para prescindir de nuestro tiempo. Toda una experiencia que me llenaba de vida... el lugar, la Garganta del Todra.


Al caer la tarde estaba emocionado por lo que había visto, sentido y fotografiado. Decidí regresar por el camino mas largo, me esperaba el oasis, sus huertas y los frondosos palmerales. Agotado físicamente después de ocho horas caminando pero lleno de voluntad, feliz, entraba en la aldea bereber de Douar Tizgui, un lugar hermoso y tranquilo enclavado en las profundidades de una estéril y ocre montaña. Allí, el sonido principal proviene del discurrir de las aguas de un río que nace en la cordillera del Atlas y sorprendentemente no desemboca en ningún lugar, el líquido vital es conducido por acequias y canales sosteniendo la vida del Valle del Todra. Otro de los sonidos seductores que envuelven Douar Tizgui es el de las aves, habitantes de los frondosos jardines de donde los aldeanos se proveen de aceitunas, dátiles, granadas, mandarinas, almendras, calabazas, tomates...

Seguí caminado y al comienzo de la aldea escuché la música de una especie de ritual o festejo que provenía de lo alto de una casa. En la calle había mujeres ataviadas con trajes preciosos llenos de color, sus delicadas telas se presentaban con motivos vegetales, algunas con bordados que acentuaban su suntuosidad. El atuendo cubría sus cabezas y se desprendía en ligeras capas hasta el suelo, alguna de ellas acentuaba el brillo de su presencia con collares, pendientes y pulseras con la filigrana típica de la cultura bereber. El conjunto que formaban aquellas mujeres estaba lleno de exotismo.

Aún me pregunto como fui capaz de adentrarme entre el grupo de mujeres y con gestos que partían de mi corazón (ni idea de francés, ni mucho menos bereber) solicitar pasar para poder contemplar el festejo. Me miraban y miraban, unas se reían, otras se extrañaban pero me iban invitando a pasar. Me temblaba todo, estaba totalmente emocionado. Una vez dentro de la casa encontré a un muchacho alto, negro, vestido de traje elegante, ya más occidental, que se puso a hablarme en francés. Difícil entenderle, pero siempre hay algo con lo que te aclaras, un lenguaje que va más allá de las palabras, así que el tipo hizo de mi anfitrión. Me adentró como si fuera colega de toda la vida, subí por unas escaleras a un piso superior donde había gente por todas partes, pasaba por habitaciones donde estaban cocinando con hornillos precarios, todo en el suelo, cuscús, carne y tajine, olía fenomenal. El té salía en bandejas y se repartía a los presentes, lo que más me impresionaba era el sonido de los cantos e instrumentos de las mujeres, provenían de una habitación al fondo y en la puerta se agolpaban numerosas personas. Mi anfitrión me fue acercando, por un momento fui el centro de atención, solo podía ponerme colorado pero creo que estaba tan emocionado que ni eso.

Algo que me cautivó fue la mirada de las mujeres, pero especialmente de una que me penetró al instante. Las mujeres bereber se pintan los ojos con un pigmento natural negro, indicación de que están casadas, eso y el color de sus ojos provoca una mirada misteriosa, profunda. El interior de la interesante habitación tenía el suelo lleno de coloridas alfombras y casi en su totalidad estaba repleto de mujeres de todas las edades que sentadas en el suelo y ataviadas con los trajes que os describía anteriormente cantaban o tocaban instrumentos. El único hueco que quedaba en la sala era un pequeño círculo dedicado al baile, en el momento en el que pude observar la escena bailaban un grupito de chicas, la sensualidad al mover sus cuerpos, el colorido de los trajes, los cánticos, los olores a perfumes extraños, hacían una escena asombrosa, cautivaba todos los sentidos. Mi anfitrión fue llevado por las mujeres a bailar, le acompañó otro hombretón igual que era su hermano, ahí las mujeres descargaban unos gritos muy intermitentes (no los sabría repetir), las que bailaban se movían alrededor de los hombres, fue muy intenso.

Al poco llegó Rachid, un chico que vive en España y por fin, alguien hablaba español, fue mi nuevo anfitrión. Ya cuando salieron los hombres que estaban bailando se quedaron de nuevo las mujeres solas, entonces me invitaron a entrar y como ya tenía traductor pude decirles que me daba vergüenza, también hacia un gesto de timidez con un pañuelo largo de gasa blanca que llevaba a modo de turbante para protegerme del sol o del frío. Me respetaron totalmente, las mujeres me ofrecieron té, me miraban a los ojos, se reían, la chica de la mirada cautivadora me seguía mirando como por dentro. Rachid me llevo por el piso y me fue explicando todo el ritual bereber de la boda a la que estaba asistiendo. Me preguntó de nuevo si quería bailar, esta vez luchando contra todos mis miedos dije que sí, caminé por el pasillo hacia la habitación con la concentración del boxeador que se dirige al ring. Rachid se comprometió a acompañarme en el baile y me anuncio ante la sala. En ese momento no bailaba nadie, o sea, todas las miradas puestas en el personaje peculiar que había aparecido invitado por no se sabe quien. Pues querid@s amig@s, lo que aconteció en aquel espacio de alguna manera estaba empapado de las danzas con las que me expreso en la cúpula, dentro de la mina de sal. Ante el sonido penetrante de la música y los gritos de esas mujeres me movía con una felicidad pura, intensa, la sonrisa iluminaba mi cara y mi corazón, por un momento fue como una liberación, una transformación interior, no era consciente de mi cuerpo, dance una canción y las mujeres me miraban y hablaban, se seguían riendo, fue alucinante. Les dí las gracias con la mano emocionada en mi corazón. Salí con Rachid hacia una habitación donde comimos unas cuantas personas de un gran plato de barro, de diferentes perolas iban llegando la ternera guisada, la cebolla, el tomate, aceitunas, dátiles, lo mas rico que he comido en Marruecos.

Por si no os lo he contado las bodas duran tres o cuatro días, dependiendo del poder adquisitivo de la familia, yo me encontraba en tercer y último día, cuando el novio iba a buscar a la novia a casa de sus padres y se la lleva a su nuevo hogar. Rachid me llevó a ver a la novia, que estaba dentro de una habitación sin salir a la fiesta, solo entraban familiares y personas que llevaban sus regalos. En la habitación la novia estaba sentada sobre una cama, su rostro tapado con un velo rojo que dejaba ver plenamente su rostro, aquí las mujeres llevan pañuelo en la cabeza pero no ocultan su rostro. Rachid hizo de traductor y pudimos hablar un poco, le hice un regalo dando lo que llevaba en ese momento, algo de dinero, lo agradeció mucho. Ahí iban pasando mujeres y comenzaron a hacer bromas sobre si me quería casar con alguna de ellas, yo les tenía que mirar a los ojos y si estaban pintados es que estaban casadas y el cachondeo era total, yo les decía ¡no, no, tu casada! fue muy divertido.

La fiesta se trasladó a un patio, bajo unas parras siguieron cantando y bailando ¡que energía transmiten estas gentes! Yo participaba con las palmas y algún movimiento de mi cuerpo, pero ya más ligero, me comenzaba a pesar todo. Reflexionaba sobre las diferentes tradiciones que dan sentido a las bodas. Pensaba en nosotros, estaríamos con una orquesta o disco-móvil, los que más puestos hasta el culo. Aquí el bereber tres días sin alcohol ni por supuesto drogas.
Ya bien entrada la noche y pensando en la preocupación de la gente del hotel, que me había visto salir a las montañas a primera hora de la mañana sin el insistente guía que te quieren emplumar, con su concepto de que los turistas somos un poquillo lerdos, con un cansancio acumulado y lleno de emociones, decidí despedirme de esa maravillosa y hospitalaria gente que me había proporcionado unos momentos fascinantes que guardaré en mi retina y mi corazón.


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