Para mí la simbiosis arte y naturaleza significa principalmente mantener un vínculo espiritual y emocional con la Madre Tierra, es aprender a apreciar y a disfrutar de la belleza del entorno natural, buscar la aventura y la libertad dentro del marco de la sociedad actual y no dejar de explorar el territorio de mi propia alma

- 2. Crónica Enero del 2010. En la selva


Carlos es un campesino que vive aislado durante todo el año, cuida la hacienda Monte Bello, un espacio de bosques primarios de 13.000 hectáreas declaradas, 5.000 sin declarar, donde sacan la castaña en los meses de enero, febrero y marzo, el resto del año no hay ningún tipo de actividad en la hacienda. Cuando lo vimos por primera vez nos pareció una persona seria y distante, un ermitaño que más tarde supimos se había aislado en la selva para escapar de su pasado y para evadirse de una urbe con la que no había diálogo. Como ya os comentaba en el anterior email, el parecido con el actor Harvey Keitel es asombroso, a mí enseguida me recordó al personaje que interpreta en la película El Piano.* Apareció a primera hora de la mañana, cuando el resto de las familias de zafreros se preparaban para marchar a las diferentes zonas asignadas para sacar la castaña, algunas estaban a cinco horas de caminata por la selva. Su moflete izquierdo emergía deformando su rostro, “boleaba” coca, es una constante, de su morral sacaba una botellita de plástico de la que de vez en cuando daba pequeños sorbos, alcohol etílico de 96º (por esta región es común su consumo, es lo más barato, en ocasiones lo rebajan con agua o refresco). No sólo nos preocupamos al verlo beber, particularmente sentí algo de respeto, tal vez miedo, en los ojos de su esposa, toda la familia respondía sumisamente a sus requerimientos. Estas cuestiones hacían dudar del personaje, pero al mismo tiempo había algo que cautivaba, que nos decía que debíamos seguir adelante, teníamos que explorar a esa persona que permanecía aislada de la civilización dialogando únicamente con la naturaleza salvaje que le circundaba. Y así comenzamos a conocer a Carlos, en aquel gran galpón que serviría para que el patrón recogiera la castaña de todas las familias que zafreaban en la zona, y en el que habíamos pasado la noche, compartimos un bolo de hoja coca. La verdad que la otra vez que vine a Bolivia la había probado pero sin mucho éxito, esta vez Carlos nos enseñó a apreciarla, a mezclarla con un trocito de corteza de un árbol que llaman canela y con bico (bicarbonato). Al momento sentimos los efectos, el cuerpo liviano, la mente aliviada, ganas de charlar con mucha paz interior, acabamos comprando una gran bolsa de hoja de coca. La conversación con Carlos nos animó, mostró que era un personaje interesante de conocer, de filmar. Más tarde nos contaría que creció sin padres de aquí para allá, que le toco sufrir y luchar mucho, calló en la bebida, la ciudad lo destrozaba y decidió marchar a la soledad en la selva. Intentaba trasmitir a sus hijos el espíritu de lucha, la disciplina y el respeto, en ocasiones parecía desprecio, no había dialogo posible, el ordenaba y los demás le obedecían, pero para él es una cuestión de supervivencia, una forma de educar para proteger a los suyos de una vida adversa. No quiere que repitan su vida calamitosa y espera que estudien para conseguirlo, para ello dice que se sacrifica cada año cuidando la finca del terrateniente, cultivando, cazando y recogiendo cuando toca la castaña.

Esperamos para partir con toda la familia de Carlos pues caía mucha lluvia, su esposa Magdalena, una mujer taciturna, resignada a la vida que le ha tocado vivir, dedicada plenamente a su familia, ya tenía tres hijos de otro matrimonio: Brenda, de 22 años, con un hijo de 6, Asdón, había sufrido las consecuencias de una traumática relación, su anterior pareja bebía y la maltrataba, por abandono y negligencia del padre había muerto otro hijo suyo. Zoilo, de 19 años, se había llevado a su esposa Ana a la zafra, Ana enfermó ya en el barco, tenía síntomas de malaria, el día que marchamos de la selva la llevamos con nosotros y le pagamos el billete de avioneta para evacuarla, pues el terrateniente no se hace cargo de los gastos sino es de un zafrero que trabaje (los familiares que acompañan a los zafreros no cuentan para el terrateniente pero son fundamentales en el proceso de recogida, hasta los niños acompañan y hacen lo que pueden, las mujeres también zafrean o preparan la comida, lavan ropa o se ocupan de cuidar a los más pequeños). Ricardo tiene 14 años, ya está aprendiendo con su hermano y su padrastro a zafrear, pero no es lo que le interesa para su futuro, se le ve despierto, quiere estudiar computación. Por último está el hijo de Magdalena y de Carlos, Anenot, con diez años le tocan vivir experiencias de un adulto. Se le veía siempre intentando permanecer al lado de su padre, buscando algún gesto de cariño, respondiendo condescendientemente, le miraba con admiración. Me contaba que cuando fuera mayor quería estar ahí, al lado de su padre, pero de momento sólo lo podía ver en contadas ocasiones, Anenot vive con su madre y sus hermanos en Riberalta, allí va a las escuela.

Cuando amainó la lluvia salimos caminando por una senda con el pesado equipaje, lo peor la cantidad de latas, arroz y otros víveres que transportábamos, además del peso del equipo de trabajo, gracias al bolo de coca todo se llevaba mejor. Íbamos caminando a buen ritmo, el silencio se acogía bien, daba protagonismo a los sonidos de la selva, a los lados de la senda la vegetación era cerrada, la imaginación estaba superada pero aun permitía fascinantes composiciones. La lluvia no tardó en aparecer, es extraordinario escuchar cómo se va acercando, las gotas de agua golpean la frondosa capa de vegetación y crea un sonido ronco, un rumor que gana energía y termina por albergarte. A la hora y pico estábamos en el galpón donde la familia de Carlos iba a guardar la castaña,* allí nos íbamos a quedar. El lugar era bien hermoso, habían abierto un hueco en la selva para erigir una construcción de estructura limpia, respondía a un meticuloso trabajo de trenzado de hoja en el techo y estructura de madera perfectamente articulada por todos los lados. El suelo era de tablones de madera, así que era más fácil a la hora de reposar el cuerpo. Estábamos entusiasmados con el lugar, personalmente me trasmitía paz y armonía, estaba contento de estar incluido en ese ecosistema tan puro. Algo mágico por otra parte, llegaba con los sonidos del bosque, las aves que lo habitan dialogan sublimemente. No tardamos en explorar la zona, la familia de Carlos estaba en una cabaña como a 10minutos,* se accedía por un sendero que dejaba al descubierto sinuosas estructuras de troncos de árboles, mostraba flores de exóticos colores y permitía atmósferas increíbles cuando entraban los rayos del sol.

Al poco de llegar a la cabaña de Carlos nos fuimos a dar un baño, el problema es que el riachuelo que se encuentra cerca estaba seco, así que nos teníamos que asear con agua de un pozo que habían cavado y en el que se encontraba un agua bien turbia por el barro que arrastraban las lluvias. Después del baño llegó la cena, como Carlos nos dio muestra de su hospitalidad al poco de conocernos “yo soy un campesino pobre, pero si acojo a alguien en mi casa es para compartir lo que tenga” habíamos dado todos nuestros víveres a la familia y comeríamos con ellos, lo único que dejamos por nuestra cuenta era el desayuno. Comimos mucho arroz, es el alimento principal de todas estas familias pobres, la verdad que en toda Bolivia está presente en las comidas.

Después de la cena nos fuimos a dormir, ya era de noche y aquí es peligroso por la cantidad de serpientes venenosas que salen, así que con precaución y enfocando el suelo con los frontales llegamos al galpón. Cuando caminas por la noche, la selva se torna profunda y secreta, misteriosa y podría ser aterradora si te dejas llevar por el miedo. Te mantienes alerta, florecen instintos primitivos en el ser humano. En el galpón pronto descubrimos que teníamos habitantes, aparte de cucarachas enormes, insectos voladores de todo tipo y arañas de diversos tamaños, teníamos ratas que se alimentaban de las castañas almacenadas, nada de que temer. El cielo de la noche en la selva es digno de ver, las estrellas brillan con una intensidad omnipotente, el universo se hace palpitante y te lleva a fantasear con otras vidas, otros lugares.

La primera noche pasó con sonidos de una naturaleza desconocida, también ruidos del las ratas royendo la cascara de las almendras; los murciélagos, que son de gran tamaño, al revolotear se daban un festín de mosquitos y lanzaban al aire una especie de chillido agudo; constantes eran las cigarras con su intermitente rinrineo… sensaciones “vivas” excluidas del fervor de una civilización automatizada. Al amanecer, el oxígeno puro de la Amazonía contenía aromas embriagadores, los sonidos de la selva habían cambiado respecto a la tarde y la noche, ahora los pájaros parecían celebrar la luz del día y nos sumergían en un festival de coros.

Complicado fue preparar un fuego con el que calentar el agua del desayuno, la madera estaba húmeda, buscando debajo de las tablas del galpón encontramos algo. El principal problema que tendríamos de ahí en adelante es que se nos había terminado el agua potable. Nos confiamos en que habría un riachuelo, pero no era así y el agua del pozo se presentaba bastante turbia, seguramente llena de parásitos y microorganismos que nuestro cuerpo no podría asumir. Tomamos una botella de agua en la que la noche pasada habíamos echado unas gotitas de yodo para desinfectar, esperábamos que el barro se hubiera posado y que estuviera más limpia, pero no era así. Decidimos hervir para asegurar de matar los gérmenes pero no teníamos donde apoyar la perola y casi se nos cae, entro ceniza, el resultado era un agua que además de turbia sabía más a hoguera que a yodo, pero parecía de fiar.

Esa misma mañana nos internamos en la selva con Carlos y Zoilo que iban a recoger castaña,* antes de salir pusimos un bolo de hoja coca en la boca. Yo debía de ir el último para no aparecer en la filmación del Pere, pero me quedaba más atrasado de la cuenta embelesado con lo que me envolvía, hasta el punto de que hubo un momento en el tuve la impresión de que me había perdido, me asaltó una sensación de desasosiego que no tardé en controlar, con el miedo es difícil de caminar, no se soluciona nada y además debía de confiar en esa fuerza sobrenatural que considero desprende la Madre Naturaleza. Alcancé al grupo cuando ya estaban alrededor de un gran árbol de castaña lanzando los cocos para hacer montones y luego quebrar. Como os he comentado primero amontonan, los cocos están dispersos pues las ramas del árbol son gigantescas. Luego se sientan al lado del montón y con un machete comienzan a quebrar*, sacan la castaña del coco y van llenando unos sacos que llegan a pesar 90kilos, luego los tienen que trasportar a la espalda hasta el galpón, pueden ser horas. La dureza de éste proceso de trabajo se acentúa con los incesantes y fastidiosos mosquitos, serpientes, el peligro de que te caiga alguno de los cocos que quedan en el árbol, la humedad y la lluvia.

En nuestro trabajo también los mosquitos eran un autentico fastidio, se encuentran en abundancia a cualquier hora del día, aunque íbamos impregnados en un repelente (seguro que nocivo, por no hablar de lo que nos inhibía para los olores naturales), ellos siempre encontraban un hueco para joderte. El Pere al filmar no podía moverse, yo tampoco al grabar el sonido pues los golpes al aplastarlos quedan recogidos, así que terminábamos la jornada totalmente acribillados. Otro problemilla son las hormigas, ya os hablé de ello, aquí hay variedad y a cual más peligrosa, la buna es negra y grande, va por ahí ella solita así que es difícil de intuir, si te muerde el dolor dura días y te causa hasta fiebre. Del resto de variedades que he conocido ha sido por experimentar sus ataques, hay unas que son diminutas, si te paras en su territorio estas apañado, a lo que te das cuenta tienes el calzado totalmente invadido, comienzan a trepar para buscar un trozo de carne y muerden con “rabia” cuando la encuentran, es difícil desprenderte de ellas. Las hay más grandes que se te suben por todo el cuerpo provocando un baile de pánico, parece que buscan el lugar más inaccesible para atacar. Y las que más dolor me causaron, cuando íbamos chocando con la vegetación en la barca, pican como una avispa, el dolor es muy intenso y duradero. Hablando de otras amenazas cotidianas a las que debíamos enfrentarnos, los gusanos, bichitos que están por toda la selva, si te pican con sus esporas te sale un sarpullido acompañado de dolor y fiebre; las garrapatas, que trasmiten un montón de enfermedades (son como las que conocemos en España), un día descubrí una pegada cerca de mí ombligo, tuve que quemarla primero para matarla y que no se quedara su cabeza dentro. El sabañón es un gusano que te penetra en la piel, sobretodo en los pies, te va perforando la carne haciendo hueco para poder crecer, de éstos hemos tenido unos cuantos. Sientes un pinchazo cuando algo te roza, cuando lo localizas tienes que meter una aguja y sacarlo. Yo bromeaba con el Pere “al final vamos a tener que mirarnos el uno al otro hasta la raja del culo!!”

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