Para mí la simbiosis arte y naturaleza significa principalmente mantener un vínculo espiritual y emocional con la Madre Tierra, es aprender a apreciar y a disfrutar de la belleza del entorno natural, buscar la aventura y la libertad dentro del marco de la sociedad actual y no dejar de explorar el territorio de mi propia alma

- 1. Crónica Enero del 2010. Hacia la selva

Allí la naturaleza era salvaje y terrible, pero hermosa. Miraba con temor reverencial el suelo que pisaba, para ver qué habían hecho las Potencias en aquel lugar, la forma, el modo y el material de su trabajo. Era una Tierra de la que sólo hemos oído hablar, surgida del Caos y la Noche Ancestral. No era el jardín del hombre, sino le esfera terrestre intacta. No era un herbazal, una pradera, un bosque, un matorral, un campo de cultivo o un yermo. Era la superficie natural del Planeta Tierra, tal como fue creada para siempre, para ser la morada del hombre, decíamos nosotros, pero en realidad para que la Naturaleza hiciera su trabajo y el hombre la utilizase si podía. El hombre no tenía nada que ver con ella. Era pura Materia, vasta, estremecedora; no la Madre Tierra que conocemos-un lugar hecho para que el hombre lo hallara ni en el que pudiera ser enterrado, ya que incluso dejar que los huesos de un hombre yacieran allí habría representado un acto de confianza excesiva-, sino el hogar de la Necesidad y el Destino. Se percibía con claridad la presencia de una fuerza que se negaba a ser bondadosa con el hombre. Era un lugar de paganismo y ritos supersticiosos, para ser habitado por un hombre más emparentado con las piedras y los animales salvajes que con nosotros…
Henry David Thoreau


Thoreau experimentó la vida en la Naturaleza, decidió aislarse durante dos años en los bosques. La descripción que hace de la selva es maravillosa y he podido compartir muchas de esas sensaciones. Pero Thoreau vivió hasta mediados del siglo XIX y las cosas han cambiado dramáticamente.

Partimos en un barco llamado el tiburón durante tres días, primero descendimos las aguas del río Beni para luego subir las del Orton, en el Departamento de Pando-Bolivia. El barco de madera tenía dos plantas, se movía gracias a un ruidoso motor a combustible. En sus dos laterales se acoplaban otras dos embarcaciones o balsas a las que remolcaba y en las que en total viajaban unas cincuenta familias de campesinos (zafreros), y los víveres que el terrateniente transportaba para luego venderles con un beneficio de hasta el 50% sobre su precio en los comercios de la ciudad. Los campesinos se dirigían a la zafra de la castaña amazónica o nuez de Brasil (el árbol de la castaña crece únicamente en los bosques amazónicos de Bolivia, Brasil, Perú, Colombia y Guyana, pero el mayor productor es Bolivia). Los zafreros trabajan en los meses de enero, febrero y marzo, pues es cuando el coco ya ha caído de los inmensos árboles. Las condiciones laborales de estas personas son terribles, son los que menos beneficio obtienen de éste negocio, les pagan por cajas recogidas, primer engaño pues la caja donde se mide el peso de la castaña miente en beneficio del comprador. Segundo engaño, como ya os comentaba tienen que comprar los víveres al patrón y les cobran de forma desproporcionada. Tercer engaño, los gastos de comida durante el viaje correrán a cargo del patrón, no es así, el primer día no les dieron ni comida. Otro, los galpones o barracas donde deben de guardar la almendra corren a cargo del patrón, mentira lo tienen que hacer con sus medios y su esfuerzo. Por otro lado está la dureza del trabajo que desempeñan, se adentran en la selva a por los frutos con el riesgo de enfermedades como la malaria, picaduras de serpientes, gusanos, hormigas, ataques de tigres o pumas y la caída de los cocos, que a la altura que crecen y con su peso es mortal. Por si fuera poco las inclemencias del tiempo, en ésta época las lluvias son prácticamente diarias, ellos tienen que sacar la castaña mojándose. Y para terminar los sacos que trasportan a la espalda pesan más de 90kilos, los tienen que trasladar por la selva hasta horas de distancia, tremendamente duro. Otro día, o al que le interese le cuento más cosas sobre este tema.

Pues como os contaba, nuestra experiencia en esta parte del documental comenzó en el barco. Habíamos pactado con el terrateniente que podíamos ir a filmar, que podríamos ir en el barco y nos darían comida, pero no podríamos hablar mal de él en el documental, en principio aceptamos pero luego... Antes de embarcar me preguntaba donde íbamos a dormir, a comer, hacer nuestras necesidades. Poco a poco fuimos averiguando, el wáter estaba situado en el primer piso, en la cola del barco, había una telita que dejaba ver la cabeza de uno y se transparentaba el resto, los desechos por un agujerito al río. La comida, el primer día no dieron nada, el resto hicieron arroz en una cocina preparada de leña, la carne no llegó para muchos y pudimos acompañar con una lata de sardinas. Lo de dormir nos aporto una experiencia calamitosa, montamos la tienda en la parte alta del barco (en la foto que os mando aparecen algunas otras que nos acompañaban), la primera noche se puso a llover como si se rompiera el cielo, comenzó a entrar agua por las costuras. Alarma!! El equipo corría peligro, lo protegimos como pudimos pero algo quedó afectado, mi equipo de sonido, nuestra ropa de cama estaba empapada y la humedad llevaba al frío. Pusimos un despertador cada 30 minutos para achicar agua con ropa ya mojada. A la mañana seguía lloviendo y nuestros cuerpos entumecidos por la humedad y el frío no encontraban desahogo. Al resto de familias tres cuartas de lo mismo, cuando ya paró el desánimo era patente en los rostros pues el sol no hacía acto de presencia y todo estaba mojado, la ropa no secaba y se acercaba de nuevo la noche. Por si esto fuera poco nuestra tienda estaba situada encima del motor, hasta vibraban los dientes.

Nos alegramos enormemente de llegar a Monte Bello, la hacienda del terrateniente, una vez allí nos comunicaron donde iríamos. Tuvimos que tomar una barquita a motor que repleta de carga y personas nos llevaría durante dos horas a una zona de zafra controlada por un patrón. Ese viajecito en barca fue de agárrate! Tuvimos que remontar un río pequeño oscuro y estremecedor, se nos echaba encima la noche y el piloto no podía controlar la barca por el peso, nos íbamos contra todo tipo de vegetación y siniestros árboles, allí habitan hormigas que muerden y te causan tremendo dolor (experimenté tres mordeduras o picadas), también hay una especie de avispa que la llaman peto que es terrible, por otra parte las arañas de diferentes tamaños de las que no tenía ni idea de su peligrosidad. La barca se zarandeaba y por su peso el agua llegaba a entrar, a los lados del río la vegetación dejaba ver oscuras zonas pantanosas, territorio de pirañas, caimanes y anacondas, un panorama tenebroso. A todo esto nos calló un agua que me hacía pensar en que haría llenar la barca y podríamos naufragar.

De nuevo nos alegramos de tomar tierra, aunque fuera fangosa e inhóspita. Junto a las familias que nos acompañaban nos dispusimos a acomodarnos para pasar la noche, estábamos en un gran galpón donde el patrón recogería castaña y vendería víveres. Se sentía la selva salvaje, su olor y sus sonidos, su energía, estaba entusiasmado pero al mismo tiempo decepcionado, estas gentes que habitan por un periodo las selvas no tienen ningún tipo de conciencia para con la Naturaleza, arrojan todo tipo de basuras al río o a la misma selva, pilas, plásticos de todo tipo, botellas de vidrio, detergentes, ropa… Matan todo tipo de animales, los que son para comer se entiende pues es muy precaria su situación y carecen de carne, pero a veces matan por matar, disparan a todo lo que se mueve y todos tienen escopetas. Aun guardo una imagen en mi retina que no deja de dolerme, un disparo certero y una hermosa ardilla caía abatida, la llevaban cogida de la cola, su cuerpo se balanceaba y las gotitas de sangre que caían al suelo manifestaban la delicadeza de ese minúsculo cuerpo.

Nos presentaron a Carlos (Harvey Keitel en la película El Piano), un tipo…

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