Para mí la simbiosis arte y naturaleza significa principalmente mantener un vínculo espiritual y emocional con la Madre Tierra, es aprender a apreciar y a disfrutar de la belleza del entorno natural, buscar la aventura y la libertad dentro del marco de la sociedad actual y no dejar de explorar el territorio de mi propia alma

- Crónica 13 de Febreo del 2010. Vidas en las minas del Cerro Rico-Potosí


Vidas en las minas del Cerro Rico

Nicolás comenzó a trabajar en la mina a los doce años, a los treinta le diagnosticaban silicosis, la enfermedad de los mineros, con treinta y cinco dejaba viuda, tres hijas y un hijo. Margarita cuenta que los últimos años de su esposo fueron terribles, le comunicaron que tenía esa enfermedad y le dijeron que no tenía cura, que sólo un trasplante de pulmones le daría esperanza “Pero claro, eso era imposible ¿Dónde?” Se pregunta ella “si somos tan pobres”. Poco a poco se fue apagando, le costaba andar, su piel se fue oscureciendo, con la tos comenzó a expulsar sangre, se ahogaba. Margarita tuvo que ir vendiendo los pocos bienes que tenían para pagar un tratamiento que mitigara el dolor de su esposo, pronto salió a la calle para realizar trabajos con Álvaro y Abigaíl, los dos hijos mayores que tenía en casa. Desempeñaban los pocos trabajos que encontraban, lo peor fue buscar entre las basuras para poder comer. Julia, la pequeñita, se quedaba en casa con Nicolás, la hermana mayor ya había marchado de casa en busca de recursos que mandar. Cuando Nicolás murió Margarita tuvo que pedir dinero a la cooperativa minera donde había trabajado para poder enterrarlo. Aquí, en las minas de Potosí, si trabajas como trabajador eventual en las cooperativas, no hay un seguro de atención en salud, ni una renta de vejez ni viudedad.


La gran parte de las minas que explotan el Cerro Rico se dividen en cooperativas, cuentan los mineros que algunos socios ni se acercan por las mina, son ellos, los peones, los que hacen la labor dura. Estos trabajadores han llegado de zonas rurales buscando una fuente de ingresos para mantener a sus familias, pero apenas pueden subsistir pues los pagos que se les hace son precarios. Un peón de mina cobra según la pureza del mineral que extrae y el precio de mercado, actualmente el ingreso oscila entre los 200 bolivianos por semana. No tienen un horario fijo pero suelen entrar a la mina a las 10 de la mañana para salir al anochecer, hay días en los que doblan turno, emergen de las entrañas del Cerro Rico para tomar algún alimento y entran de nuevo para ver la luz al día siguiente. Siempre siguen un ritual antes de entrar, el acullico de coca o pichear coca, es un acto de hermanamiento donde se acentúa la lealtad del uno para el otro, se comparten las alegrías y las penas, pero también servirá para mantener la energía dentro de la mina. Ahí dentro no comen, sólo se dan un pequeño respiro para cambiar el bolo de coca o para ofrecer ofrenda al patrón de los trabajadores de las profundidades de la tierra. Tienen la superstición de que dentro de la mina les protege el diablo, también llamado Tío, si éste es debidamente obsequiado y reconocido, se prodigará en devolver favores entregando ricas vetas. Por ello le conceden ofrendas de hoja de coca, alcohol y cigarrillos que colocan en su boca. Los mineros respetan sus designios de otra forma los castigos que impone son rigurosos, se le achacan accidentes, todo tipo de desgracias e incluso la muerte. El Tío es representado en figuras modeladas en barro o roca, sus formas un tanto precarias e inocentes llegan a estremecer si a eso añadimos todos los objetos de las ofrendas que rodean a la figura, la ubicación en pequeñas capillas escavadas anexas a las profundas galerías, la iluminación tenue de las lámparas de los mineros y toda la ceremonia en la que éstos ponen a su disposición su suerte. El resultado es tremendamente impactante. Cuando vas avanzando por las angostas galerías, la energía tormentosa que se siente ahí dentro, sin ningún tipo de sonido que provenga del exterior, asediado por la oscuridad y las rocas, con los olores profundos de otro mundo, sólo se ve mitigada al estar rodeado de esas personas que se juegan la vida cada día y que saben dialogar tan bien con las entrañas de la Tierra.
Pudimos pasar una jornada de trabajo con cuatro de estos mineros. Para llegar a la veta que estaban explotando nos adentramos por estrechos corredores, trepamos por conductos en donde se abrían precipicios, nos arrastramos por espacios por donde únicamente cabía nuestro cuerpo. Una ascensión donde en todo momento nos sentimos protegidos, Gualberto, Leonardo, Carlos y Mario velaban por nuestra seguridad. Al llegar a la veta estábamos exhaustos, pero emocionados. Antes de comenzar el trabajo compartimos unos tragos de un licor fuerte, reforzamos el acullico de coca y conversamos envueltos de una energía espiritual que nos unía a las profundidades de la tierra y a nosotros mismos. Los peones saben que ese trabajo les traerá más temprano que tarde las enfermedades, sin embargo cuentan sin turbación alguna que la silicosis les llegará a los treinta y algo, reconocen que si ese momento se presenta tendrán que visitar a la muerte dejando a sus familias abandonadas a su suerte. Cuentan que por el momento no tienen otra alternativa, tienen que seguir trabajando en la mina, pero por otro lado sueñan con poder dejar ese trabajo y montarse un pequeño negocio. Cuando les preguntas si les gusta ese trabajo te responden que sí, lo llevan realizándolo desde los 10, los 12, los 15 años. Lo que he podido observar es que a estas personas les une la lealtad, el compañerismo, pasan más tiempo juntos que con lo que habita el mundo exterior, ahí dentro comparten las penas y la dura vida que les ha tocado vivir y lo hacen sin que falten las bromas, las risas que se iluminan a luz de las lámparas. Ahí, en la veta que están explotando les conté un poquito de mi vida, como no tenían Tío me presté a modelarles uno, me pidieron muy animados que lo hiciera, pasaron cinco horas sin apenas enterarme y ahí quedó, en barro de plomo y plata, elevado sobre una roca. Me pidieron que le pusiera un nombre y les dije que se llamaría Pedro Botero. Al momento le pusieron un cigarro en la boca y al día siguiente le habían hecho una pequeña plataforma en barro para poder hacerle las ofrendas. Quedé muy emocionado, ahora siempre habrá algo que me una a esas personas y a lo más profundo de la Tierra.
Si los peones son utilizados por los cooperativistas socios para realizar el trabajo duro aun queda otro eslabón más bajo en la cadena, los serenos, mejor habría que decir las serenas pues son casi la totalidad mujeres las que hacen el trabajo. En el Cerro Rico hay alrededor de 120 familias de guardas o serenas que se ocupan de vigilar las bocaminas, la dinamita y la herramienta. Las cooperativas o sus socios, contratan a estas familias para que vivan allí y así vigilen noche y día. En la mayoría de los casos son viudas con hijos, solteras con hijos, ancianas con nietos, personas desarraigadas que no tienen dónde ir ni como subsistir y aceptan el trabajo cobrando una auténtica miseria, unos 400 bolivianos al mes. Las bocaminas se encuentran diseminadas por la montaña, un tanto alejadas unas de otras y a una altura superior a 4.300m. Las serenas viven en precarias casas de adobe, sin agua potable, sin luz, sin combustible natural para hacer fuego que cocinar y mitigar el riguroso frío. Tienen que desplazarse a la apartada ciudad por víveres, toman de lugares alejados agua contaminada, también es donde lavan su ropa. Lo peor de todo, como ya ha ocurrido en varias ocasiones, exponen a sus hijas y a ellas mismas a que algún minero en estado de embriaguez las abuse sexualmente. También corren el peligro de que les roben las maquinarias, en este caso se las hacen pagar y cuestan muchos dólares, imposible de solventar con su mísero sueldo, quedan esclavizadas trabajando para la cooperativa En el tiempo que llevamos aquí nos hemos enterado de tres casos, uno especialmente dramático, una ancianita que vive con sus nietos fue violentamente asaltada, abusaron sexualmente de ella y le robaron las máquinas. A otra menor que vivía con su madre la violaron, consiguieron saber quién era el tipo, pero a lo que fueron a por él ya había desaparecido. La niña con 14 años tuvo el hijo.

Margarita marchó a trabajar de serena a la mina al morir su marido, hace cinco años, no encontraba otra cosa y tenía que dar de comer a sus hijos. Ahí le daban la oportunidad de sacarse un pequeño sobresueldo realizando la “picha”, recoger con pala los restos de mineral que caen de los carros que sacan al exterior los mineros. Pero pronto le solicitaron ayuda para otros trabajos de la mina y así sacarse otros extras, ahí contribuyeron Álvaro y Abigail. Álvaro tiene ahora 17 años, comenzó ayudando en la mina a los 12, luego pasó a sacar carros y ahora también extrae mineral. Alterna el trabajo en la mina con sus estudios en un pueblito alejado de su dura realidad. Abigail tiene 14 años, lleva tres ayudando a su madre en la “picha” y por la noche también ayuda a sacar algunos minerales del interior de la mina. Cuando han robado material a una de las serenas o sienten que hay alguien sospecho por la zona, Abigail y Margarita tienen que transitar por los alrededores de la bocamina, se van turnando cada dos horas durante toda noche, cuando llega la mañana sus ojos están encendidos de cansancio, pero la actividad no cesa y Abigail ha de ir a la escuela. Actualmente está enferma, ha llegado a vomitar sangre, parece algo de los riñones. La acompañamos al médico, entre otras cosas le dijo que su cuerpo no está preparado para hacer el esfuerzo que hace, le pidió que dejara ya ese trabajo, pero sigue realizando la “picha” y sigue ayudando a su madre a lavar ropa en la bocamina abandonada, sufriendo de una alimentación escasa, bebiendo agua contaminada, soportando el duro clima en la precaria y diminuta casa de adobe. A mí se me queda el corazón en los huesos. Es una niña viviendo la dramática experiencia de una persona adulta, se la ve despierta, es inteligente, responsable, tiene ganas de luchar y cambiar de vida pero vive en un mundo de tremenda injusticia en el que parece que su camino esté dibujado con un lápiz de punta rota. En ocasiones la miro y la descubro en un gesto conforme a su edad, o que así debería, me ahogo, me dan ganas de gritar: ¡Que mierda estamos haciendo en este mundo! ¿Por qué esto tiene que ser así?

Julia Jhoselin es la pequeñita, tiene seis años, su rostro redondeado se ilumina con dos lunas purpuras en sus mofletes, su sonrisa enternece corazones, su pelo se recoge en dos trenzas que no hacen sino acentuar su gracia, es una criatura que conjuga con el más bello cuento del imaginario. Jhoselin es muy independiente, sabe vivir en armonía con el espacio que le rodea, cuenta Abigail que en ocasiones sale sola por la montaña y se queda dormida en los senderos. Aprovecha los elementos del sudor y el sufrimiento para dotarlos de magia e inocencia, un ejemplo es cuando se introduce en los carros de hierro dónde sacan el mineral y se queda jugando o dormida. Al principio se mostraba tímida con nosotros, nos miraba como examinándonos, un poco distante y pegadita a su hermana. Con los días, un tula en alto y un, dos, tres chocolate inglés a la pared, nuestra relación fue cambiando. Cuando nos veía llegar nos venía a recibir y la alegría brotaba de nuestro ánimo, la crueldad del lugar se mitigaba y yo tenía más ganas de jugar con ella que de preparar el equipo de sonido. Enternecedor era escucharla, conjugaba las palabras con esa gracia que solamente se les puede atribuir a algunos niños, en alguna ocasión nos sorprendíamos el Pere y yo mirándola en sus mágicos diálogos y parecíamos compartir el mismo pensamiento “¡nos la comemos!” es tremendo el cariño que le hemos cogido. Lo que nos ha dolido enormemente es escuchar una tos que no le abandona, ver sus dientecitos hechos una pena, su vista afectada tal vez por los rayos del sol a esa altura, sus verrugas por la contaminación del agua y como no, por el complicado futuro que se le espera.

Margarita sueña con abandonar la mina, es consciente del sufrimiento que viven sus hijas, pero no encuentra otra salida. Quiere que Álvaro siga estudiando y le tiene que mandar dinero, por otro lado están Abigail y Jhoselin, también quiere que estudien y cambien su futuro, pero Margarita se ahoga en el sacrificio. Cuenta que en la bocamina no paga alquiler, luz o agua, y que intenta sacar todo lo que puede con la “picha”, pero aun así se hunde en una profunda galería donde las vetas no se distinguen y luz cada vez es más difusa.

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