Para mí la simbiosis arte y naturaleza significa principalmente mantener un vínculo espiritual y emocional con la Madre Tierra, es aprender a apreciar y a disfrutar de la belleza del entorno natural, buscar la aventura y la libertad dentro del marco de la sociedad actual y no dejar de explorar el territorio de mi propia alma

Marruecos 2010 Tarfaya


Cuando entramos en esta ciudad de unos 4500 habitantes ya había anochecido. Jaquad permanecía de copiloto, seguíamos las indicaciones de algunos transeúntes para llegar al Hotel Bahja. Pasamos por la avenida principal (no tendría más de 500m de largo), que partía la pequeña ciudad en dos. A ambos lados se sucedían las concurridas terrazas de los cafés, las parrillas instaladas en la aceras despedían un humo de olor intenso a pescado que no tardaba en superar las sencillas estructuras de los bajos edificios. Poco tráfico, apenas nada, algunas bicicletas y motos. Los hombres jugaban en las mesas a cartas, tomaban té, fumaban y charlaban en pequeños grupos sosegadamente, con la calma del desocupado, con el ocio confinado. Al contemplar la escena sentí algo gris, brusco, incómodo, por un momento me estaba sumergiendo en una representación de un mundo apocalíptico, condenado a vivir sin el equilibrio natural del ser humano, en ese instante de la noche la avenida carecía de la presencia femenina.

Pude quitarme esa sensación, de la avenida asfaltada nos adentramos por una estrecha calle lateral, ahora de tierra. Allí había un ir y venir de gentes de ambos sexos, pequeños grupos dialogaban detenidos en las intersecciones de las calles. Las casas, en su mayoría de una planta, mostraban sus fachadas de tonos amarillos pastel, otras de adobe parecían fundirse con la arena de la calle, la misma del desierto. La luz de las farolas se sentía dormitar, no abrazaba en su totalidad la calle dejando espacios en penumbra. En ese lienzo destacaban vibrantes notas de color, las mujeres saharauis con su colorida melfa. Fuimos callejeando siguiendo una y otra indicación hasta parar en la puerta del Hotel Bahja, había habitación así que descargué mis cosas y ofrecí a Jaquad quedarse a cenar, decidió continuar sin demora hasta El Aaiún, alrededor de 100km hacia el sur, no quería que se le hiciera más tarde. Nos despedimos con un fuerte abrazo y dejando abierta la posibilidad, que no se pudo dar, de que me encontrara con él en El Aaiún.

En el hotel me atendió Mohamed, un joven con una sonrisa casi imborrable y ojos vidriosos, como si disfrutara de los efectos del hachís de forma constante, pero no era así. Sabía hablar español y me trataba como si fuera un amigo de toda la vida, me sentí enseguida arropado en este negocio familiar donde el casero también hablaba un poquito de español y destacaba por el buen sentido del humor. Para llegar a las habitaciones tenía que subir dos pisos por un angosto pasillo, el espacio donde descansaría unos días sin determinar era sencillo, la cama de matrimonio casi ocupaba la totalidad de la habitación, el baño era compartido. Dejé mis cosas, encargué un pescado con ensalada y patatas fritas y me fui a dar un paseo por el pueblo, mejor dicho, la ciudad.

La sensación que tuve al caminar por sus calles fue diferente a todo cuanto había experimentado durante el viaje, me pareció un lugar olvidado, empobrecido, un tanto decadente, como si la carcasa de ese paisaje se apoderara de alguna manera de sus habitantes y éstos sucumbieran resignados. Sin un rumbo fijo, dando sensación de desorientado era solicitado por aquí y por allá: ¡eh! ¿Español, francés? ven, ven! pero yo en principio quería caminar y empaparme del lugar. Llegué al paseo marítimo, un pequeño muro hacía de contención para la arena de la playa, unos bancos de cemento destartalados no acogían presencia humana, apenas había iluminación e intuía el océano por el rugido de sus olas. Dejé el desolado paseo y seguí caminado, ahora el muro se hacía más alto, infranqueable, estaba llegando al puerto. Como el recorrido me angustiaba decidí regresar y comprobar si estaba hecha la cena. Por el camino se dirigió a mí un muchacho hablando un fluido español: Soy el chico que te llamó antes, sólo quería hablar contigo un rato, nada más. Me disculpé por mi mal gesto y me detuve a conversar, no tardo mucho en llegar otro personaje: ¡Hola chaval! ¿Qué pasa, que tal por aquí? Era un hombre de piel morena, su rostro bien curtido, pelo canoso, aspecto en general desaliñado, rondaría los 60. Me sorprendió su forma de hablar español y se lo dije, me contesto: Chaval, yo he nacido con bandera española, pero ya ves, el Juan Carlos nos traicionó, nos vendió a otro rey, el de Marruecos. Cuando hablaba miraba para los lados con inseguridad y moderaba el tono de su voz, como si me estuviera trasmitiendo una información secreta o comprometida que le pudiera causar problemas. Me explicó que él era saharaui, que había crecido siendo el Sahara español y que ahora, estando la zona bajo control de Marruecos, no les daban trabajo, los marginaban, los trataban como despojos. Los marroquíes habían llegado y ocupado los puestos de poder y estaban explotando los recursos de la zona. Me preguntó donde me hospedaba, le contesté y me dijo que en el Hotel Bahja son marroquíes pero buena gente. Seguíamos hablando cuando apareció un volkswagen golf negro, en ese momento cambió su rostro, me indicó que debíamos dejar la conversación, el personaje que iba en el coche era un comisario de policía, al día siguiente pasaría a recogerme por el hotel y me llevaría a un sitio donde podríamos hablar tranquilamente y que me iba a contar algunas cosas importantes de lo que allí acontecía. El grupo se disolvió y yo me dirigí a dar cuenta de la cena que me habían preparado.

Durante la cena charlaba sobre mi itinerario con el casero, como anteriormente el pescador que cogimos en la carretera, me dijo que los barcos naufragados no estaban donde le indicaba, yo le enseñé la guía pero el insistió, el único barco naufragado que hay es el Armas, un ferry que hacía la ruta Tarfaya-Fuerteventura y encalló frente a la costa en el 2008. Aquí comenzaron una serie de desencantos que me acompañaron durante mi estancia en Tarfaya, al parecer sí existían esa serie de naufragios pero el surrealismo de sus restos había sido descompuesto en fragmentos que una empresa vendió como chatarra.

A la mañana siguiente me preparé para una larga excursión, primero iría al norte, a contemplar el Armas, luego al sur, a pasear por las playas vírgenes. Desayuné una deliciosa crepe marroquí con mermelada y mantequilla, té con menta, compré una torta de pan recién hecha y unas botellas de agua y salí a caminar.

El Armas estaba como a 2km al norte de Tarfaya siguiendo la línea de la playa. Así que allí me dirigí, recorrí la zona del puerto donde pude ver un puesto militar, nada de fotos, la zona estaba un poco dejada. Decir que Tarfaya presagió un boom inmobiliario, las sanguijuelas de los inversores pensaban mudar éste tranquilo lugar en un complejo vacacional, traerían turismo español desde Canarias a través del ferry, el ferry encalló, la ruta cambió (ahora va desde Canarias a El Aaiún) y los sueños se desvanecieron. Estoy seguro de que la inversión traería prosperidad a la zona, pero cuando escucho la palabra inversor inmobiliario tiemblo.

Al dejar atrás el puerto comencé a pisar la arena del Sahara, mis pies se clavaban y era pesado avanzar así que decidí aproximarme a la orilla del mar para tomar terreno más duro. De camino me encontré con un pequeño edificio, como una caseta, la parte trasera de un camión se acoplaba a su entrada. Había unos hombres trabajando pero no podía determinar qué es lo que hacían hasta que lo tuve delante y el olor nauseabundo me hizo retroceder. La piel que un día diera protección a unos seres de la naturaleza ahora desparramada, amontonada sin valía. En el costado de la garita se apreciaba un estrecho orificio por el que se desprendían tripas, vísceras y otros órganos internos, un líquido manaba como una fuente inmunda que anunciaba la muerte y la descomposición. Ese líquido formaba un lóbrego charco que avanzaba con unos tentáculos hacia el mar. La escena me puso mal cuerpo, también me entristeció y me llenó de rabia. Muchas sensaciones recorrían mi cuerpo, pensaba en la inmundicia que hacemos absorber al mar, pensaba en el instante final de esos seres vivos, me reafirmaba en la opción de ser vegetariano, desde luego contemplar estas escenas te hacen plantear muchas cosas.


Continué cerca de la orilla de la playa, me adentré entre pequeñas montañas de escombros, restos de derribos y obras, acción humana. Me estremeció un cúmulo de patas y caparazones con pequeñas protuberancias, una gran cantidad de centollos yacían muertos formando más montaña, como si de otro desperdicio se tratara. Las resecas carcasas formaban un entramado que daba un aire a seres extraterrestres. Al observar detenidamente se apreciaba los restos de una red, ya los arrojaron muertos. No me podía quitar de la cabeza una escena alucinante de miles de centollos caminando como un regimiento por el lecho marino.
http://www.youtube.com/watch?v=LZLZ_ArF9jo


Dejé la triste escena y continué hacia el norte, el nudo en el estómago no desaparecía, ahora un mosaico de color iluminaba la orilla de la playa, los plásticos formaban una composición que parecía responder a una finalidad artística. Hasta llegar al barco naufragado apenas se apreciaban espacios a salvo de la inmundicia humana.


Resultó que el Armas no me aportó la belleza que imaginaba, no me pareció atractivo, no me trasmitió apenas nada. Sin el dialogo con el espacio retrocedí buscando las playas al sur de Tarfaya.

Volví a pasar el puerto, el paseo marítimo con dos de los atractivos destacados de la ciudad: Casa Mar, restos de piedra de lo que fuera el primer asentamiento, un puesto comercial británico que del S.XIX, del que más tarde se apoderaron los españoles. Y el otro atractivo es un monumento en hierro, la maqueta del biplano que utilizara Saint-Exupéry. Caminé pasando algunas casas en ruinas y varias cabañas de pescadores hasta llegar al interminable tramo de playa, se pierde en el horizonte hacia el norte. Continué varios kilómetros y me detuve a contemplar el atardecer, como ya os describiera en otra ocasión, en el Sahara se produce una extraordinaria conjunción entre el polvo del desierto y el astro rey, si a esto añadimos el efecto que se produce al reflejarse en el agua del océano el resultado es maravilloso. Una lástima que las bolsas de plástico esparcidas por la arena de la playa quisieran tomar tanto protagonismo.

 Volví a pasar el puerto, el paseo marítimo con dos de los atractivos destacados de la ciudad: Casa Mar, restos de piedra de lo que fuera el primer asentamiento, un puesto comercial británico que del S.XIX, del que más tarde se apoderaron los españoles. Y el otro atractivo es un monumento en hierro, la maqueta del biplano que utilizara Saint-Exupéry. Caminé pasando algunas casas en ruinas y varias cabañas de pescadores hasta llegar al interminable tramo de playa, se pierde en el horizonte hacia el norte. Continué varios kilómetros y me detuve a contemplar el atardecer, como ya os describiera en otra ocasión, en el Sahara se produce una extraordinaria conjunción entre el polvo del desierto y el astro rey, si a esto añadimos el efecto que se produce al reflejarse en el agua del océano el resultado es maravilloso. Una lástima que las bolsas de plástico esparcidas por la arena de la playa quisieran tomar tanto protagonismo.

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